—¡ Yo odio a los comunistas, a los negros, a los judíos y a los maricas! Tronó Julio mientras, acodado en la barra del boliche miraba desafiante al resto de los parroquianos. Para que no quedaran dudas acerca de su pensamiento, agregó enfáticamente: —¡ y las mujeres que se dejen de joder con marchas de protesta y se queden en su casa a lavar los platos y cuidar a los chiquilines! ¡Ese es su lugar!
Julio trabajaba como Auxiliar 1° de un sector minúsculo de la Intendencia de Montevideo y después del trabajo, habitualmente paraba en uno de los pocos bares que quedaban en las cercanías de su casa. Después de tomarse unas copas sacaba a relucir todos sus sentimientos acerca de quienes consideraba los culpables de sus desgracias y su poco éxito en la vida, y comenzaba un discurso que los habitués del lugar ya conocían de memoria. Sin embargo no eran pocos los que — vaso en mano — asentían complacidos a su arenga.
La primera receptora de sus andanadas era la Jefa de la oficina en la que trabajaba:— esa negra de mierda que había conseguido ese puesto que le correspondía a él, sólo porque se la chupaba al Gerente del Departamento y no por otros merecimientos. Ya la agarraría y le demostraría lo que era un verdadero hombre, no como ese mariquita que quién sabe qué joda habría hecho para llegar a su puesto de Gerente.
En ese momento Julio divisó a uno de los tantos travestis de los que pululaban en el barrio y su discurso derivó en una andanada contra los homosexuales. — ¡Amigos, me hierve la sangre cuando veo a estos putos de mierda andar por todos lados y tener que soportar que anden vestidos así, mezclados con los ciudadanos decentes como nosotros! El travesti simuló ignorarlo, pero le mostró el dedo mayor de su mano, lo que encendió aun más su furia y, trastabillando a consecuencia del alcohol consumido, trató de golpearlo pero cayó cuan largo era, entre las risas de los parroquianos. Rojo de vergüenza e indignación, Julio pagó su consumición y se retiró hacia su casa. Entró maldiciendo y gritando que tenía hambre y que quería cenar. Se sentó a la mesa y empezó a comer la comida que ya estaba preparada y a los pocos segundos, comenzó a gritar: — ¡pero esto está frío! Su mujer (previniendo lo que se avecinaba), le dijo que le había preparado la cena a la hora habitual pero él llegó muy tarde y se había enfriado.
—¡Ahora vas a ver lo que es bueno! dijo Julio mientras se levantaba de la mesa y comenzaba a golpear salvajemente a su esposa. — ¡Para que aprendas de una buena vez quien mana aquí y nunca más me sirvas la comida fría! Satisfecho por la lección propinada, se tiró en la cama, y al poco tiempo, roncaba profundamente.
A la mañana siguiente Mariela se levantó temprano, se bañó y mirándose al espejo, trató de arreglar el desastre en que Julio la había convertido la noche anterior. Por suerte no le había pegado en la cara y con un buen peinado y maquillaje logró quedar presentable. Se dirigió a su trabajo como secretaria ejecutiva de una importante empresa de importaciones-exportaciones, mientras su esposo continuaba durmiendo, ya que entraba más tarde en su trabajo.
Mariela se dijo a sí misma que ésta era la última golpiza que soportaría del borrachín de su marido. Estaba cansada de soportar sus malos tratos, especialmente al volver ebrio a su casa en las noches. Julio no podía soportar que su mujer tuviera un mejor empleo que él y, por consiguiente, al tener mejores ingresos, fuera cada vez más independiente. Empezaba con insultos sobre supuestas infidelidades de ella con compañeros de trabajo y terminaba amenazándola, pero esta era la segunda vez que la golpeaba. Mariela entendió que no tenía por qué soportar una situación así; en ese momento tomó la decisión de no volver más a la casa.
Antes de ir a la oficina radicó la denuncia contra su marido en la comisaría de la mujer, luego se mudó con una compañera de trabajo que tenía un amplio departamento y ya le había ofrecido cobijo con anterioridad. En realidad, Julio no andaba tan errado en cuanto a su infidelidad, solo que equivocó el blanco de su odio: desde que se conocieron con Marta, ambas sintieron una atracción mutua aunque recién se confesaron su amor semanas después. La insoportable relación con Julio, sólo apresuró la decisión de vivir juntas.
Cuando su todavía esposo se enteró de la nueva relación de su mujer, enloqueció de rabia, y a pesar de la orden de restricción que pesaba sobre él, comenzó a acecharla. Una noche no aguantó más; le salió al cruce empuñando un cuchillo mientras Mariela caminando regresaba a su nuevo hogar. Cuál no sería su sorpresa cuando antes de llegar a lastimarla, un tiro seco cortó su carrera enloquecida dejándolo boqueando en el suelo. Marta guardó el arma con la que había disparado desde la ventana y bajó a consolar a su pareja. Se quedaron abrazadas esperando la llegada de la policía.
AUTOR: Anónimo